martes, 28 de mayo de 2013

Salutación del optimista, Rubén Darío

Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda, 
espíritus fratemos, luminosas almas, ¡salve!
Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;
mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto;
retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte;
se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña
y en la caja pandórica, de que tantas desgracias surgieron
encontramos de súbito, talismánica, pura, rïente,
cual pudiera decirla en su verso Virgilio divino,
la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!

Pálidas indolencias, desconfianzas fatales que a tumba
o a perpetuo presidio condenasteis al noble entusiasmo,
ya veréis al salir del sol en un triunfo de liras,
mientras dos continentes, abonados de huesos gloriosos,
del Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando,
digan al orbe: la alta virtud resucita
que a la hispana progenie hizo dueña de siglos.

Abominad la boca que predice desgracias eternas,
abominad los ojos que ven sólo zodíacos funestos,
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres,
o que la tea empuñan o la daga suicida.
Siéntense sordos ímpetus en las entrañas del mundo,
la inminencia de algo fatal hoy conmueve la Tierra;
fuertes colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas,
y algo se inicia como vasto social cataclismo
sobre la faz del orbe. ¿Quién dirá que las savias dormidas
no despiertan entonces en el tronco del roble gigante
bajo el cual se exprimió la ubre de la loba romana?
¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos
y que el alma española juzgase áptera y ciega y tullida?
No es Babilonia ni Nínive enterrada en olvido y en polvo,
ni entre momias y piedras reina que habita el sepulcro,
la nación generosa, coronada de orgullo inmarchito,
que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas,
ni la que tras los mares en que yace sepultada la Atlántida,
tiene su coro de vástagos altos, robustos y fuertes.

Únanse, brillen, secúndense tantos vigores dispersos;
formen todos un solo haz de energía ecuménica.
Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,
muestren los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.
Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente
que regará lenguas de fuego en esa epifanía.
Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros
y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,
así los manes heroicos de los primitivos abuelos,
de los egregios padres que abrieron el surco pristino,
sientan los soplos agrarios de primaverales retornos
y el amor de espigas que inició la labor triptolémica.

Un continente y otro renovando las viejas prosapias,
en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,
ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.

La latina estirpe verá la gran alba futura:
en un trueno de música gloriosa, millones de labios
saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente,
Oriente augusto, en donde todo lo cambia y renueva
la eternidad de Dios, la actividad infinita.
Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros.
¡Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!

Rubén Darío, Cantos de vida y esperanza, 1905.

lunes, 20 de mayo de 2013

Lírika, por Andrés Trapiello



Juan Ramón Jiménez estaría feliz de ver que la vida ha vuelto al paraje de Fuentepiña. Raúl

Andrés Trapiello


ANDRÉS TRAPIELLO


ENTRE NOSOTR*S

Lírika

Magazine 09/05/2013

En esta vida, que a menudo se corta de golpe, casi todo viene de lejos. Hace cien años los reveses de la fortuna, la filoxera y los limos que acabaron con la navegabilidad del Tinto arruinaron a una familia acaudalada del sudoeste español. En el camino que va de ser ricos a ser pobres la gente desesperada suele hacer una parada en los bancos, convencida de que estos tienen un corazón de oro, fantasía común y triste, pues todo el mundo sabe que los bancos lo tienen de cualquier cosa menos de oro: de acero, de turba, de heces, y que prestan su dinero con la secreta esperanza, bendita usura, de que no puedan devolvérselo para quedarse con todo a bajo precio. Y eso ocurrió hace cien años. Del disgusto, el padre y jefe de aquella familia sincopó, y a la madre y los hermanos no les sirvieron de nada los pleitos, al contrario, lo poco que podía quedarles acabó en manos de los abogados. No obstante, lograron retener algunas propiedades sin gran valor que se repartieron buenamente. Ni siquiera entonces hubo alegría: aquellas poquiterías, que ninguna renta les proporcionaban, iban a recordarles de por vida el esplendor y la magnificencia perdidos.

Hasta aquí la somera historia. Así arrancan muchas novelas. Esta tiene como protagonista, sin embargo, a un poeta, Juan Ramón Jiménez. Él fue uno de los que heredó una de aquellas poquiterías, una finquita a las afueras de Moguer, llamada Fuentepiña, que no le dio otro fruto que una pequeña piedra, que llevó en el bolsillo de su chaqueta los años que duró su exilio, hasta su muerte. Le recordaba aquel paraje en el que ideó y en parte escribió y ubicó sus historias de Platero. 

El tiempo corre para todo el mundo, la finca a la muerte del poeta cambió de manos, y hoy su dueña, que no hace ningún uso de ella, se halla en pleitos que han llegado al Tribunal Supremo, pues, a diferencia de aquel río que cegó su lecho con lodos de las minas de cobre, el de la justicia es hoy por hoy el cauce más navegado de España.

No le ha sido a uno sencillo comprender la naturaleza de las desavenencias entre la propietaria y el alcalde de Moguer y demás autoridades, tal y como vienen contadas en el periódico Huelva Información, pero parece que todo nació de la declaración de la finca como “bien de interés cultural”, en lo que no se muestra de acuerdo su propietaria. ¿Por qué razón?¿Supongo que siendo bien de interés cultural, esa finca vale menos. Ah, el dinero, dijo Bécquer. Entre tanto, informa ese periódico, cuatro inmigrantes marroquíes han okupado la finca y viven en la modesta casa que hay en ella en condiciones de extrema miseria. Allí ranchean y duermen, allí pasan las horas que no dedican a buscar trabajo, esperando que cambie su suerte. Algunos, con cierto filisteísmo, denuncian el abandono en el que se halla un lugar tan sagrado para la poesía y piden el desalojo (no la dueña, que de momento se inhibe), pero lo cierto es que, conociendo a JRJ, estaría feliz de ver que la vida ha vuelto a aquel paraje, que al fin su abandonada Fuentepiña le sirve a alguien que de veras la necesita, y él, que conjugó la lírica de todas las maneras, hoy, a la espera de lo que digan los jueces, la escribiría con k.

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Yo no soy yo

Yo no soy yo.
                      Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.


Juan Ramón Jiménez, Eternidades, 1918.

Acaso...

Como atento no más a mi quimera
no reparaba en torno mío, un día
me sorprendió la fértil primavera
que en todo el ancho campo sonreía.

Brotaban verdes hojas
de las hinchadas yemas del ramaje,
y flores amarillas, blancas, rojas,
alegraban la mancha del paisaje.

Y era una lluvia de saetas de oro,
el sol sobre las frondas juveniles;
del amplio río en el caudal sonoro
se miraban los álamos gentiles.

Tras de tanto camino es la primera
vez que miro brotar la primavera,
dije, y después, declamatoriamente:

—¡Cuán tarde ya para la dicha mía!—
Y luego, al caminar, como quien siente
alas de otra ilusión: —Y todavía
¡yo alcanzaré mi juventud un día!
Antonio Machado, Humorismos, Fantasías, Apuntes... (1899-1907). 

De Otoño

Yo sé que hay quienes dicen: ¿por qué no canta ahora 
con aquella locura armoniosa de antaño?
Ésos no ven la obra profunda de la hora,
la labor del minuto y el prodigio del año.

Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa,
cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.
Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:
¡dejad al huracán mover mi corazón!

Rubén Darío, Cantos de vida y esperanza (1905).

viernes, 17 de mayo de 2013

Tú sí has nacido para ser feliz

Si ahora pudiera echar atrás en el tiempo y hablar a aquella chica de 19 años, le diría lo que te voy a decir a ti. Rosario Velasco.


SIMPATÍA POR EL DÉBIL

Tú sí has nacido para ser feliz

Lucía Etxebarria
Magazine | 09/05/2013 
Tienes diecinueve años. Tus padres vinieron a verme el día de Sant Jordi, me dejaron una carta que me habías escrito y una rosa de tela que habías cosido para mí. En la carta me decías que estabas muy deprimida, que creías que “cierta gente no hemos nacido con la capacidad de ser felices”. Pero no es así. Todo el mundo nace con la capacidad de ser feliz. Algunos aprenden a usarla, otros no. 

Tus padres parecían muy preocupados por ti. Sospecho que, con la mejor de las intenciones, te han sobreprotegido. Las personas que crecen a la sombra de una sobreprotección desarrollan una inseguridad tremenda. Les cuesta mucho confiar en sí mismas y en sus capacidades y tienden a depender de otras personas, reproduciendo la dependencia que han desarrollado hacia sus padres (espejo de la que sus padres sentían hacia ellos, de ahí la sobreprotección, el estar siempre cerca o encima). Además, crecen con la idea de que deben satisfacer las enormes expectativas que sus padres depositaron en ellos y se deprimen mucho cuando no lo consiguen, sin saber siquiera por qué se deprimen. Sospecho que es tu caso, sospecho que has normalizado tanto la situación que ni siquiera te das cuenta de lo que pasa. A veces lo que entendemos como normal no es sano, no nos ayuda. A veces tenemos que abrir nuestro problema como el niño que abre el reloj para intentar entender el mecanismo. Tienes que analizar la situación y buscar el fallo. No puedes resignarte diciendo que es que has nacido así.

Me dices que has visto a muchos psicólogos y psiquiatras, que nada ha funcionado. Sencillamente, no eran los profesionales que te convenían. Como en todas las profesiones, en este campo también hay incompetentes. Busca otro profesional, más joven, más afín, que te entienda, pero no te quedes rumiando tu autocompasión y tu “yo no he nacido para ser feliz”. La serpiente que no puede cambiar de piel fallece. Lo mismo le pasa a la mente que no está preparada para cambiar sus esquemas. Tú siempre vas a ser tú misma, y eso no lo puedes cambiar, pero también estás en perpetuo cambio para llegar a ser tú misma... Puedes decir “esto no me gusta”, enroscarte sobre ti misma y hundirte. O puedes decir “esto puedo cambiarlo”, ir hacia ello y ­combatirlo.

Cuando yo tenía tu edad también estaba deprimida. También había normalizado una situación legitimada socialmente pero insana. No era la que tú vives, pero tampoco era buena para mí. Los hombres me paraban por la calle a menudo con cualquier excusa. Yo había escuchado toda la vida que no era muy guapa y que los hombres eran todos unos obsesos sexuales, así que jamás se me ocurrió pensar que me abordaban porque era guapa, porque les gustaba, que quizá la gran mayoría no eran obsesos sino románticos. Si ahora pudiera echar atrás en el tiempo y hablar a aquella chica de 19 años, le diría lo que te voy a decir a ti: sólo se vive una vez, sólo se es joven una vez, y si yo volviera a tener ese cuerpo, esa energía, no los desperdiciaría como hice. Procuraría disfrutar y sacar partido. Ahora tengo 46 años, un principio de artrosis, estoy siempre cansada, no soy la mitad de la mitad de guapa. Y he aprendido muy tarde a cambiar esquemas. No dejes que te pase eso a ti. Cámbialos ahora.

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martes, 14 de mayo de 2013

Sueño infantil

Una clara noche 
de fiesta y de luna,
noche de mis sueños,
noche de alegría

-era luz mi alma
que hoy es bruma toda,
no eran mis cabellos
negros todavía-,

el hada más joven
me llevó en sus brazos
a la alegre fiesta
que en la plaza ardía.

So el chisporroteo
de las luminarias,
amor sus madejas
de danzas tejía.

Y en aquella noche
de fiesta y de luna,
noche de mis sueños,
noche de alegría,

el hada más joven
besaba mi frente...
con su linda mano
su adiós me decía...

Todos los rosales
daban sus aromas,
todos los amores
amor entreabría.


Antonio Machado, Galerías, 1900-1907.

Mariposa de la sierra


                A Juan Ramón Jiménez, por su libro Platero y yo.

¿No eres tú, mariposa,
el alma de estas sierras solitarias,
de sus barrancos hondos,
y de sus cumbres agrias?
Para que tú nacieras,
con su varita mágica
a las tormentas de la piedra, un día,
mandó callar un hada,
y encadenó los montes
para que tú volaras.
Anaranjada y negra,
morenita y dorada,
mariposa montés, sobre el romero
plegadas las alillas o, voltarias,
jugando con el sol, o sobre un rayo
de sol crucificadas.
¡Mariposa montés y campesina,
mariposa serrana,
nadie ha pintado tu color; tú vives
tu color y tus alas
en el aire, en el sol, sobre el romero,
tan libre, tan salada!...
Que Juan Ramón Jiménez
pulse por ti su lira franciscana.

Antonio Machado, Campos de Castilla, 1907-1917.

Caminos

De la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.

El río va corriendo,
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza

Tienen las vides pámpanos dorados
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y disperso, reluce y espejea.

Lejos, los montes duermen
envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal; descansan
las rudas moles de su ser de piedra
en esta tibia tarde de noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violeta.

El viento ha sacudido
los mustios olmos de la carretera,
levantando en rosados torbellinos
el polvo de la tierra.
La luna está subiendo
amoratada, jadeante y llena.

Los caminitos blancos
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle y de la sierra.
Caminos de los campos...
¡Ay, ya, no puedo caminar con ella!


En noviembre de 1913.



Antonio Machado, Campos de Castilla, 1907-1917.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di, ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nueva vida
de donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.


Antonio Machado, Humorismos, Fantasías y Apuntes, 1899-1907.

Elegía a un Madrigal

Recuerdo que una tarde de soledad y hastío,
¡oh tarde como tantas!, el alma mía era,
bajo el azul monótono, un ancho y terso río
que ni tenía un pobre juncal en su ribera.
¡Oh mundo sin encanto, sentimental inopia
que borra el misterioso azogue del cristal!
¡Oh el alma sin amores que el Universo copia
con un irremediable bostezo universal!



Quiso el poeta recordar a solas,
las ondas bien amadas, la luz de los cabellos
que él llamaba en sus rimas rubias olas.
Leyó... La letra mata: no se acordaba de ellos...
Y un día —como tantos—, al aspirar un día
aromas de una rosa que en el rosal se abría,
brotó como una llama la luz de los cabellos
que él en sus madrigales llamaba rubias olas,
brotó, porque un aroma igual tuvieron ellos...
Y se alejó en silencio para llorar a solas.


Antonio Machado, Humorismos, fantasías, apuntes... (1899-1907)

Caminante, no hay camino

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.


Antonio Machado, Proverbios y Cantares.

¡Qué tristeza de olor a jazmín!

¡Qué tristeza de olor de jazmín! El verano
torna a encender las calles y a oscurecer las casas,
y, en las noches, regueros descendidos de estrellas
pesan sobre los ojos cargados de nostalgia.

En los balcones, a las altas horas, siguen
blancas mujeres mudas, que parecen fantasmas;
el río manda, a veces, una cansada brisa,
el ocaso, una música imposible y romántica.

La penumbra reluce de suspiros; el mundo
se viene, en un olvido mágico, a flor de alma;
y se cogen libélulas con las manos caídas,
y, entre constelaciones, la alta luna se estanca.

¡Qué tristeza de olor de jazmín! Los pianos
están abiertos; hay en todas partes miradas
calientes... Por el fondo de cada sombra azul,
se esfuma una visión apasionada y lánguida.


Juan Ramón Jiménez

Trascielo del cielo azul

¡Qué miedo el azul del cielo!
¡Negro!
¡Negro de día en agosto!
¡Qué miedo!

¡Qué espanto en la siesta ardiente!
¡Negro!
¡Negro en las rosas y el río!
¡Qué miedo!

¡Negro, de día, en mi tierra
(¡negro!)
sobre las paredes blancas!
¡Qué miedo!

Juan Ramón Jiménez

El viaje definitivo

…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado.
mi espíritu errará, nostálgico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.


Juan Ramón Jiménez, Canción, 1936.

Adolescencia

En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
Desde la dulce mañana
de aquel día, éramos novios.
-El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo de otoño.-
Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas,
como quien pierde un tesoro.
-Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos.-


No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,
...y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos.

Juan Ramón Jiménez, Primeras poesías, 1898-1902.

Yo no soy yo

Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pié cuando yo muera.

Juan Ramón Jiménez, Eternidades, 1918.

sábado, 4 de mayo de 2013

Campoamor

Éste del cabello cano,
como la piel del armiño,
juntó su candor de niño
con su experiencia de anciano;
cuando se tiene en la mano
un libro de tal varón,
abeja es cada expresión
que, volando del papel,
deja en los labios la miel
y pica en el corazón.

Rubén Darío, El canto errante (1907).

Yo persigo una forma.

Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,
botón de pensamiento que busca ser la rosa;
se anuncia con un beso que en mis labios se posa
el abrazo imposible de la Venus de Milo.

Adornan verdes palmas el blanco peristilo;
los astros me han predicho la visión de la Diosa;
y en mi alma reposa la luz como reposa
el ave de la luna sobre un lago tranquilo.

Y no hallo sino la palabra que huye,
la iniciación melódica que de la flauta fluye
y la barca del sueño que en el espacio boga;

y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,
el sollozo continuo del chorro de la fuente
y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.

Rubén Darío, Prosas profanas (1986).

A Colón

¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América, 
tu india virgen y hermosa de sangre cálida,
la perla de tus sueños, es una histérica
de convulsivos nervios y frente pálida.

Un desastroso espíritu posee tu tierra:
donde la tribu unida blandió sus mazas,
hoy se enciende entre hermanos perpetua guerra,
se hieren y destrozan las mismas razas.

Al ídolo de piedra reemplaza ahora
el ídolo de carne que se entroniza,
y cada día alumbra la blanca aurora
en los campos fraternos sangre y ceniza.

Desdeñando a los reyes nos dimos leyes
al son de los cañones y los clarines,
y hoy al favor siniestro de negros reyes
fraternizan los Judas con los Caínes.

Bebiendo la esparcida savia francesa
con nuestra boca indígena semiespañola,
día a día cantamos la Marsellesa
para acabar danzando la Carmañola.

Las ambiciones pérfidas no tienen diques,
soñadas libertades yacen deshechas.
¡Eso no hicieron nunca nuestros caciques,
a quienes las montañas daban las flechas! 

Ellos eran soberbios, leales y francos,
ceñidas las cabezas de raras plumas;
¡ojalá hubieran sido los hombres blancos
como los Atahualpas y Moctezumas!

Cuando en vientres de América cayó semilla
de la raza de hierro que fue de España,
mezcló su fuerza heroica la gran Castilla
con la fuerza del indio de la montaña.

¡Pluguiera a Dios las aguas antes intactas
no reflejaran nunca las blancas velas;
ni vieran las estrellas estupefactas
arribar a la orilla tus carabelas!

Libre como las águilas, vieran los montes
pasar los aborígenes por los boscajes,
persiguiendo los pumas y los bisontes
con el dardo certero de sus carcajes.

Que más valiera el jefe rudo y bizarro
que el soldado que en fango sus glorias finca,
que ha hecho gemir al zipa bajo su carro
o temblar las heladas momias del Inca.

La cruz que nos llevaste padece mengua;
y tras encanalladas revoluciones,
la canalla escritora mancha la lengua
que escribieron Cervantes y Calderones.

Cristo va por las calles flaco y enclenque,
Barrabás tiene esclavos y charreteras,
y en las tierras de Chibcha, Cuzco y Palenque
han visto engalonadas a las panteras.

Duelos, espantos, guerras, fiebre constante
en nuestra senda ha puesto la suerte triste:
¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante,
ruega a Dios por el mundo que descubriste!

Rubén Darío, El canto errante (1907).

Lo fatal

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, 

y más la piedra dura porque esa ya no siente, 
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, 
ni mayor pesadumbre que la vida consciente. 

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, 
y el temor de haber sido y un futuro terror... 
Y el espanto seguro de estar mañana muerto, 
y sufrir por la vida y por la sombra y por 

lo que no conocemos y apenas sospechamos, 
y la carne que tienta con sus frescos racimos, 
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, 

¡y no saber adónde vamos, 
ni de dónde venimos!...

Rubén Darío, Cantos de vida y esperanza (1905).