lunes, 5 de septiembre de 2011

Taller de Teatro 3º A y 3º B por Alicia Rodríguez, profesora de Castellano





MARIONETAS



En el último trimestre nos propusimos la creación de marionetas con el objetivo de hacer más amena y divertida la clase de teatro. Fue una actividad que tuvo gran acogida, si no fuera por el hecho de que algunos de los alumnos no habían cogido nunca una aguja, pero fue una actividad muy motivadora porque fue algo que pudieron realizar con sus propias manos; a la par que fomentaba el trabajo también en equipo. Al alumnado se le facilitó el material para confeccionar marionetas: hilo, aguja, algodón, tijeras, fieltro y un calcetín (que se trajeron de casa). Además, algunos alumnos hiceron una marioneta bastante original añadiendo rastas, sombreros, manos o vestidos a su marioneta. El objetivo final de esta actividad era la creación de marionetas pero además con ellas cambiamos los roles de personajes de la literatura; por ejemplo, Elicia y Areúsa, meretrices en La Celestina, eran empresarias en esta nueva versión de los clásicos. La verdad es que fue bastante divertida y pudimos pasar un buen rato.




PROGRAMA RADIOFÓNICO



También en este trimestre se les propuso a los alumnos la creación, por grupos, de un programa radiofónico (tipo los 40 principales) con público real. En este caso, mi compañera, Pilar Vicente, trajo a su grupo de PCPI como público, que al mismo tiempo que veía la actividad también la estaba valorando. Fue una actividad bastante motivadora, al principio, que consiguió eliminar la vergüenza del alumnado a la hora de hablar en público. Se les dio un listado de actividades que tenían que realizar en dicho programa y fueron ellos los encargados de distribuir el tiempo, así como lo que cada uno tenía que hacer y decir. Además, incluso añadieron otras actividades, no establecidas, con lo que se consiguió realizar el programa de una manera mucho más amena y eficaz. Con ello, se fomentó sobre todo el trabajo en equipo y también que se pusieran al día en los trabajos pedidos. Fue una actividad bastante amena y diferente a sus actividades cotidianas.




Poemas seleccionados por 4º D: Siglo XX

Inauguramos el nuevo curso con algunos de los poemas que seleccionaron los alumnos de 4º D antes de las vacaciones, deseando muy buena suerte a aquellos que nos dejan.


Poema seleccionado por Sheila Martín:

¡Adiós!

de Alfonsina Storni

Las cosas que mueren jamás resucitan,
las cosas que mueren no tornan jamás.
¡Se quiebran los vasos y el vidrio que queda
es polvo por siempre y por siempre será!

Cuando los capullos caen de la rama
dos veces seguidas no florecerán...
¡Las flores tronchadas por el viento impío
se agotan por siempre, por siempre jamás!

¡Los días que fueron, los días perdidos,
los días inertes ya no volverán!
¡Qué tristes las horas que se desgranaron
bajo el aletazo de la soledad!

¡Qué tristes las sombras, las sombras nefastas,
las sombras creadas por nuestra maldad!
¡Oh, las cosas idas, las cosas marchitas,
las cosas celestes que así se nos van!

¡Corazón... silencia!... ¡Cúbrete de llagas!...
-de llagas infectas- ¡cúbrete de mal!...
¡Que todo el que llegue se muera al tocarte,
corazón maldito que inquietas mi afán!

¡Adiós para siempre mis dulzuras todas!
¡Adiós mi alegría llena de bondad!
¡Oh, las cosas muertas, las cosas marchitas,
las cosas celestes que no vuelven más!...



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Poema seleccionado por Adrián Agulló:

Despedida

de Federico García Lorca

Si muero,
dejad el balcón abierto.

El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo).

El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento).

¡Si muero,
dejad el balcón abierto!


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Poema seleccionado por Julia Martínez V.:

Diosa

de Vicente Aleixandre

Dormida sobre el tigre,
su leve trenza yace.
Mirad su bulto. Alienta
sobre la piel hermosa,
tranquila, soberana.
¿Quién puede osar, quién sólo
sus labios hoy pondría
sobre la luz dichosa
que, humana apenas, sueña?
Miradla allí. ¡Cuán sola!
¡Cuán intacta! ¿Tangible?
Casi divina, leve
el seno se alza, cesa,
se yergue, abate; gime
como el amor. Y un tigre
soberbio la sostiene
como la mar hircana,
donde flotase extensa,
feliz, nunca ofrecida.
¡Ah, mortales! No, nunca;
desnuda, nunca vuestra.
Sobre la piel hoy ígnea
miradla, exenta: es diosa.

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Poema seleccionado por José Antonio Valero:

Clávame con tu ojos esa nube

de Claudio Rodríguez

Clávame con tus ojos esa nube
y esta esperanza de hombre que me queda.
¿Por dónde yo si estaba en la alameda
de tus ojos mintiendo cuando estuve?

Disciplina de todo lo que sube.
De lo que mira y ve, mientras se enreda
su triste agilidad, como en la rueda
de tus campos del cielo que no anduve.

Y es por seguir cegueras sin mancilla
por lo que tanta bruma nos separa
y hace del resplandor su maravilla,

su clavel mudo. ¡Y qué ajenos al daño
después, cuando tus ojos son la clara
locura de no verme siempre extraño!


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Poema seleccionado por Mayte Pérez:

Bella

de Pablo Neruda

Bella,
como en la piedra fresca
del manantial, el agua
abre un ancho relámpago de espuma,
así es la sonrisa en tu rostro,
bella.

Bella,
de finas manos y delgados pies
como un caballito de plata,
andando, flor del mundo,
así te veo,
bella.

Bella
con un nido de cobre enmarañado
en tu cabeza, un nido
color de miel sombría
donde mi corazón arde y reposa,
bella.

Bella,
no te caben los ojos en la cara,
no te caben los ojos en la tierra.
Hay países, hay ríos,
en tus ojos,
mi patria está en tus ojos,
yo camino por ellos,
ellos dan luz al mundo
por donde yo camino,
bella.

Bella,
tus senos son como dos panes hechos
de tierra cereal y luna de oro,
bella.

Bella,
tu cintura
la hizo mi brazo como un río cuando
pasó mil años por tu dulce cuerpo,
bella.

Bella,
No hay nada como tus caderas,
tal vez la tierra tiene
en algún sitio oculto
la curva y el aroma de tu cuerpo,
tal vez en algún sitio,
bella.

Bella, mi bella,
tu voz, tu piel, tus uñas,
bella, mi bella,
tu ser, tu luz, tu sombra,
bella,
todo eso es mío, bella,
todo eso es mío, mía,
cuando andas o reposas,
cuando cantas o duermes,
cuando sufres o sueñas,
siempre,
cuando estás cerca o lejos,
siempre,
eres mía, mi bella,
siempre.


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Poema seleccionado por Alejandro Montero:


Todas íbamos a ser reinas


de Gabriela Mistral


Todas íbamos a ser reinas,
de cuatro reinos sobre el mar:
Rosalía con Efigenia
y Lucila con Soledad.

En el valle de Elqui, ceñido
de cien montañas o de más,
que como ofrendas o tributos
arden en rojo y azafrán.

Lo decíamos embriagadas,
y lo tuvimos por verdad,
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar.

Con las trenzas de los siete años,
y batas claras de percal,
persiguiendo tordos huidos
en la sombra del higueral.

De los cuatro reinos, decíamos,
indudables como el Korán,
que por grandes y por cabales
alcanzarían hasta el mar.

Cuatro esposos desposarían,
por el tiempo de desposar,
y eran reyes y cantadores
como David, rey de Judá.

Y de ser grandes nuestros reinos,
ellos tendrían, sin faltar,
mares verdes, mares de algas,
y el ave loca del faisán.

Y de tener todos los frutos,
árbol de leche, árbol del pan,
el guayacán no cortaríamos
ni morderíamos metal.

Todas íbamos a ser reinas,
y de verídico reinar;
pero ninguna ha sido reina
ni en Arauco ni en Copán...

Rosalía besó marino
ya desposado con el mar,
y al besador, en las Guaitecas,
se lo comió la tempestad.

Soledad crió siete hermanos
y su sangre dejó en su pan,
y sus ojos quedaron negros
de no haber visto nunca el mar.

En las viñas de Montegrande,
con su puro seno candeal,
mece los hijos de otras reinas
y los suyos nunca-jamás.

Efigenia cruzó extranjero
en las rutas, y sin hablar,
le siguió, sin saberle nombre,
porque el hombre parece el mar.

Y Lucila, que hablaba a río,
a montaña y cañaveral,
en las lunas de la locura
recibió reino de verdad.

En las nubes contó diez hijos
y en los salares su reinar,
en los ríos ha visto esposos
y su manto en la tempestad.

Pero en el valle de Elqui, donde
son cien montañas o son más,
cantan las otras que vinieron
y las que vienen cantarán:

-"En la tierra seremos reinas,
y de verídico reinar,
y siendo grandes nuestros reinos,
llegaremos todas al mar."

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Y uno más, seleccionado por Pilarv:

Una despedida

de Jorge Luis Borges

Tarde que socavó nuestro adiós.
Tarde acerada y deleitosa y monstruosa como un ángel oscuro.
Tarde cuando vivieron nuestros labios en la desnuda intimidad
- ------- de los besos.
El tiempo inevitable se desbordaba
-------- sobre el abrazo inútil.
Prodigábamos pasión juntamente, no para nosotros sino para la
------- -soledad ya cercana.
Nos rechazó la luz; la noche había llegado con urgencia.
Fuimos hasta la verja en esa gravedad de la sombra que ya el
---------lucero alivia.
Como quien vuelve de un perdido prado yo volví de tu abrazo.
Como quien vuelve de un país de espadas yo volví de tus
-------- lágrimas.
Tarde que dura vívida como un sueño
-------- entre las otras tardes.
Después yo fui alcanzando y rebasando
---------Noches y singladuras.




martes, 21 de junio de 2011

¡¡FELICES VACACIONES!!

OS DESEAMOS QUE PASÉIS UN FELIZ VERANO REPLETO DE EXPERIENCIAS MARAVILLOSAS.
NOS VEOS EN SEPTIEMBRE CON ENERGÍAS RENOVADAS PARA SUPERAR TODOS LOS OBSTÁCULOS Y CONSEGUIR LO QUE NOS PROPONGAMOS.
ESTE PRECIOSO CUENTO DEL ESCRITOR Y PSIQUIATRA JORGE BUCAY ES UN PEQUEÑO GRAN OBSEQUIO QUE OS QUEREMOS REGALAR PARA QUE TERMINÉIS EL CURSO CON UNA BONITA Y EDIFICANTE ENSEÑANZA.

viernes, 17 de junio de 2011

La biblioteca de Babel (Jorge Luis Borges)

Con motivo del 25º aniversario de la muerte del escritor argentino Jorge Luis Borges, comparto con vosotros este impresionante relato que tanto me impactó la primera vez que lo leí. Para los amantes de las lenguas y los libros, de las ciencias humanas, divinas, exactas o inexactas, para quienes piensan el universo y para quienes lo sueñan. Espero que lo experimentéis y sintáis con la misma intensidad.

LA BIBLIOTECA DE BABEL

El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.
Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.
A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.
El primero: La Biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar
estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.
El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice «Oh tiempo tus pirámides». Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo falaz.)
Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables MCV no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.
Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.
Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.
También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.
A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.
Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los «tesoros» que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.
También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.
Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de «la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira». Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula «Trueno peinado», y otro «El calambre de yeso» y otro «Axaxaxas mlo». Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres dhcmrlchtdj que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos, y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).
La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.
Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.
Jorge Luis Borges

domingo, 5 de junio de 2011

Vota para el concurso "Blogueamos a Miguel Hernández"



Los alumnos seleccionados en el concurso "Blogueamos a Miguel Hernández" organizado por el Diario Información, esperan vuestro voto. Ya podéis visitar los blogs seleccionados en la categoría Individual y Grupos, y votar por el que más os guste. Seguro que va a ser muy interesante ver de qué manera han homenajeado a nuestro más querido poeta estos jóvenes procedentes de diferentes institutos de las tierras alicantinas.
Podéis acceder a los blogs a través de los siguientes enlaces:

viernes, 3 de junio de 2011

Concurso literario La Torre: textos ganadores

Podéis leer los textos ganadores a través del blog de la biblioteca del IES Victoria Kent, pinchando aquí.

domingo, 29 de mayo de 2011

El poeta favorito de Josefina Manresa

EL VALS DE LOS ENAMORADOS




    No salieron jamás
    del vergel del abrazo.
    Y ante el rojo rosal
    de los besos rodaron.

    Huracanes quisieron
    con rencor separarlos.
    Y las hachas tajantes
    y los rígidos rayos.

    Aumentaron la tierra
    de las pálidas manos.
    Precipicios midieron,
    por el viento impulsados
    entre bocas deshechas.
    Recorrieron naufragios,
    cada vez más profundos
    en sus cuerpos, en sus brazos.
    Perseguidos, hundidos
    por un gran desamparo
    de recuerdos y lunas,
    de noviembres y marzos,
    aventados se vieron
    como polvo liviano:
    aventados se vieron,
    pero siempre abrazados.

domingo, 22 de mayo de 2011

Emilia Pardo Bazán, por Sandra Pardo López

Emilia Pardo Bazán




Este documental nos relata la apasionada vida de la escritora Emilia Pardo Bazán, que dedicó sus días a la literatura y a la defensa de la mujer ante una sociedad machista.

La gallega Emilia Pardo Bazán manifiesta públicamente su desacuerdo con el trato dado a las mujeres por la sociedad y se identifica como feminista comprometida defendiendo el acceso de las mujeres a la cultura.

Hija única del matrimonio formado por el político José Pardo Bazán y Amelia de la Rúa nacida el 16 de septiembre de 1851, Emilia descubrió su afición a la lectura gracias a la biblioteca familiar.

Su padre, de fuertes principios éticos, resultó ser un gran apoyo en su formación y en la consolidación de sus ideales liberales.

En 1869, la escritora se casa con José Quiroga, un muchacho de buena familia recomendado por sus padres, y se instalan en Santiago de Compostela.

Los cambios políticos producidos por la revolución realizada para expulsar de España a la reina Isabel II incidieron en el matrimonio, ya que como José Quiroga era diputado, debieron trasladarse a Madrid junto con su familia.

Una vez allí, Pardo Bazán asiste a reuniones del Parlamento para así introducirse en el ambiente propio de sus intereses.

En las tertulias y círculos literarios puede conocer a personas que realmente admira, entre ellas, los escritores naturalistas.

En 1883 fue publicada La cuestión palpitante, una recopilación de los artículos publicados en el periódico La Época con prólogo de Leopoldo Alas Clarín, que la convierten en una persona no grata para determinados sectores de la sociedad de entonces, más que nada por su condición de mujer y su defensa de unos principios, al igual que hacía el hombre.

Debido a este tipo de presiones, su marido le pidió que dejara de escribir, cosa que llevó a la ruptura amistosa del matrimonio con tres hijos: Jaime, Carmen y Blanca.

La tribuna, publicada en 1883, es considerada como la primera novela naturalista de Emilia Pardo Bazán, siendo origen de la envidia de algunos escritores ya que representaba la realidad con una objetividad perfecta.

Ambientada en Madrid, Insolación representa un anticipo de lo que será la novela del s. XX. Tal modernidad será lo que lleve a los críticos a realizar comentarios poco favorables, como los de Clarín, que arremete sin ningún miramiento sobre esta obra.

Emilia Pardo Bazán mantuvo una discreta relación con su amante y consejero Benito Pérez Galdós durante 20 años, por eso mismo se disculpó al haberle sido infiel con José Lázaro Galdiano.

Además de las populares novelas Los pazos de Ulloa y La madre naturaleza, Emilia Pardo Bazán también se dedicó a otras modalidades literarias como el ensayo, los cuentos, los libros sobre gastronomía y publicaciones en prensa nacional y extranjera.

En 1981 publica Memorias de un solterón, la segunda parte de La tribuna, en donde manifiesta abiertamente su defensa de la emancipación femenina.

En 1908 es nombrada condesa Pontificia de Pardo Bazán por el rey Alfonso XIII.

Fue la primera mujer que ocupó el cargo de presidenta de la sección de literatura del Ateneo de Madrid.

Emilia Pardo Bazán, siguiendo uno de sus mayores sueños, solicitó entrar en la R.A.E. durante el año 1912, pero un informe elaborado en 1853 en el que se prohibía la entrada de mujeres a la institución se lo impidió. No sería hasta 1979 cuando por vez primera una primera, Carmen Conde, fuese elegida como miembro de número.

Para compensar el rechazo de la R.A.E. se la nombró catedrática de lenguas neolatinas en la Universidad de Madrid. Será, en 1916, la primera mujer que ocupe una cátedra sin oposición.

Según la escritora Marina Mayoral, Emilia Pardo Bazán escribía muy bien ya que tenía un dominio considerable del lenguaje. Las estructuras de sus novelas están bien construidas y ella, a diferencia de muchos escritores, no es provinciana. Cuando ya es escritora consagrada, incorpora el simbolismo y el modernismo a sus obras. Destaca en ella su gran capacidad para asimilar lo nuevo, de tener siempre la mente abierta.

El 4 de mayo de 1921, en el periódico ABC, aparece el que iba a ser su último artículo, que quiso dedicar a la obra de Tagore. A los ocho días, el 12 de mayo de 1921, fallece en Madrid. Se fue una de las mujeres que más influyó en la mentalidad de aquel entonces, siendo siempre ella misma y sin aceptar los límites marcados por la sociedad.

“Para el español todo puede y debe transformarse,

sólo la mujer ha de mantenerse inmutable”

Sandra Pardo López 4ºB

Concurso literario 2011

XII CONCURSO LITERARIO

Nivel A

Primer premio:

Celia Martínez Graves, 1º E.S.O.-F

Segundo premio:

Nuria Pardo López, 2º E.S.O.-D

Eldwin

Ella miraba por la ventana del coche pensando en cuanto tiempo más tendría que esperar a conocer su nuevo pueblo y su nueva casa.

También pensó en su mejor amigo, que acababa de perder por mudarse: Alejandro, un joven de su edad, rubio y con ojos azules, español.

Al recordarse de Alejandro, cogió su colgante de chico que se lo regaló él y lo encarceló por unos segundos en su mano.

El camino por el que iban su padre y ella, acabado de divorciarse, estaba justo al lado de la playa.

Alba observaba por la ventana las pacíficas olas del mar, hasta que vio un chico, aproximadamente de su edad, rubio y vestido con manga corta mayoritariamente de blanco, sentado en la orilla, mojándose los pies descalzos.

Le resultó extraño que hubiera alguien en la playa en octubre y más, bañándose.

Cuando distrajo un momento la mirada, el chico ya no estaba allí en ningún sitio.

Después de un cuarto de hora, llegó a la casa de sus abuelos, que acababa de heredar su padre.

Sus padres se acababan de separar, y tendría que vivir allí una temporada alejada de su madre y de sus dos hermanos pequeños.

Con tan solo once años se tenía que buscar la vida prácticamente, porque su padre era muy callado, y nunca había educado ni tenido ninguna relación con sus hijos, así que ahora tampoco la tendría.

Después de unas semanas, hizo una nueva amiga, Sonia. Era simpática, y con ella se lo pasaba bien.

Se contaban muchas historias de su pasado y de lo que soñaban en el futuro:

−Me gustaría volver a ver a mi hermano mayor.

−Y yo también desearía volver a mis dos hermanos menores.

−Tú los puedes volver a ver, pero yo no: mi hermano murió en el mar, ahogado…

−¿Cómo sucedió eso? ¿Cuándo? ¿No pudo pedir ayuda?

−Hace diez años, en 1970, un niño de origen alemán vino aquí un invierno con su familia, y después de dos semanas se ahogó en el mar, nadie sabe cómo.

Desde entonces, todos los inviernos, un niño o un adolescente, muere en el mar sin explicación. Dicen que esa playa está maldita, pero yo me sigo bañando sin ningún problema.

Alba asombrada por la historia, quiso preguntar algo más antes de irse:

−¿Qué fue de la familia Alemana?

−No sé. Me contaron que un día desaparecieron, y no se volvió a saber de ellos.

Al día siguiente, a Alba le dolía un poco la cabeza. Decidió irse a la playa para que el viento le despejase un poco la mente y el dolor.

Cuando llegó allí, pasando por unas rocas, se encontró al chico que vio el día de su llegada, que desde entonces, no le había vuelto a ver.

Sentado y vestido del mismo modo que aquel día, giró la cabeza y le saludó. Alba hizo lo mismo.

Asombrada por aquel chico que se parecía mucho a su amado Alejandro, le preguntó su nombre:

−¿Cómo te llamas?

−Eldwin.

Después de eso, el chico sonrió levemente y se levantó:

−Te gusta mucho la playa, ¿verdad?

−Sí, demasiado…

Eldwin no hacía ningún comentario y contestaba sus preguntas con respuestas muy limitadas, con afirmación o negación.

Mirándolo de arriba abajo, le llamó la atención que en el lugar donde estaba sentado, la arena no estaba hundida, era como si no hubiera dejado huella.

También se fijó en su ropa:

−¿No tienes frío con lo que llevas?

−No.

Era raro, pero su sonrisa encantadora le hacía parecer una buena persona de confianza.

Era bastante callado, pero lo poco que hablaba lo decía con tono dulce y decidido. Alba lo fue conociendo poco a poco. Lo hacía tal vez porque Eldwin le recordaba frecuentemente a Alejandro, o también porque sentía una fuerte curiosidad por el chico.

Al cabo del tiempo, Eldwin parecía más amable, más cariñoso, no era demasiado hablador pero no tan callado como antes. Ahora ya no era una simple afirmación por respuesta sino que te explicaba cosas y detalles.

Normalmente, todos los días ellos dos, solos, se recorrían la playa, pero un día, Alba percibió que iba a ser distinto:

−Quiero llevarte a un lugar nuevo.

−¿A cuál?

−Ya… lo verás.

Alba eso se lo tomaba como un pique, le recordaba más a Alejandro porque él también le dejaba en dudas.

Caminando hacia aquel lugar, Eldwin parecía serio, pensativo, y Alba quiso alegrarle… o tal vez eso pensaba:

−Ten, este es el collar que me regaló un chico, quiero que te lo quedes tú, por favor.

−No, es de tu amigo, quédatelo

−Quiero que te lo quedes tú, por favor. Anda póntelo.

−No, no, en serio, no puedo aceptarlo.

−Sí que puedes.

Eldwin corrió para huir de Alba, que esta acción a ella le resultó divertida. En cambio Eldwin parecía agobiado y estresado, como si verdaderamente huyera de ella.

Alba no se daba cuenta de ello y como corría más que él, enseguida pudo asirle de un hombro para que parase.

El contacto de ella en su piel era como si hubiera tocado un cadáver. No le extrañaba mucho, ya que casi siempre estaba en la playa con manga corta.

Tirados los dos en la arena, Alba le puso el collar mientras él se resistía:

−¡No, por favor, no me lo pongas!

Ella ya se lo había puesto cuando oyó esa frase con tono de súplica.

Eldwin con el collar puesto, parecía otra persona, más agradable y cariñosa:

−Muchas gracias, en serio, te lo agradezco mucho.

Eldwin se levantó y le cogió la mano, moviéndola así, de arriba abajo.

Alba notó que estaba un poco menos fría que sus hombros y que su sonrisa era más amplia también ahora que antes.

Siguieron su ruta más contentos los dos. Aunque cada vez que andaban más, Eldwin entristecía un poco, pero todavía podía contemplarse su aspecto positivo.

En frente de una cueva se paró, observó la entrada y miró a Alba:

−Aquí…

Calló unos segundos mientras fijaba la mirada en el suelo.

−¡Podríamos entrar a investigar!

La aventurera Alba corrió hacia la cueva para adentrarse en ella y descubrir lo desconocido.

−¡No! ¡No entres, Alba!

−¿Por qué no? Podríamos investigar unos minutos…

La voz de Alba se difuminaba más cada vez que se iba para el interior.

Eldwin calló mirando una vez más el suelo y diciendo palabras extrañas en voz baja:

− “Lass mich raus, Damön!” (¡Déjame salir, demonio!)

Claro que Alba con lo lejos que estaba ya y con lo bajito que lo había mencionado no se enteró de que había dicho algo. De todas maneras, no lo habría entendido.

Eldwin entró en la cueva para buscarla, que se encontraba ya, peligrosamente, muy alejada de la entrada.

Él no se rendía al ver que no la encontraba: Empezó a chillar:

−¡Alba, ven!

Pero ella no respondía, no se oían ni sus pasos.

Pasó más de media hora buscándola, hasta que al final la encontró:

−¡Alba, tenemos que salir de aquí, la marea ha subido!

−¿Qué? Venga ya, si solo veo unos charquitos

−Pero porque hemos subido de nivel trepando por las rocas. Da igual, ¡hay que salir inmediatamente!

Alba obedeció y bajó por las rocas, que era por donde había subido, dándose cuenta así mientras descendía, que la marea había aumentado… y mucho.

Los dos cuando llegaron al nivel del mar, les llegaba el agua por los codos, mojándose todo el pantalón y a veces buceando, consiguieron aproximarse a la entrada de la cueva.

Los dos se cruzaron miradas desesperantes: vida o muerte. Eso es lo que expresaban:

−Ve tú delante, yo te impulso.

−Muchas gracias, Eldwin

−No, gracias a ti, Alba

Eso Alba no lo entendió, pero no había tiempo para preguntas. Lo último que vio de Eldwin fue su cálida sonrisa antes de adentrarse en las frías aguas.

Como dijo él, le impulsó, y gracias a eso y agarrándose a una roca, pudo salir de la cueva.

Alejada de la entrada, observaba atentamente a ver si salía, pero por mucho que esperase, Eldwin no iba a salir nunca más.

Al día siguiente, cuando ya no había marea, estuvo un buen rato en la entrada de la cueva:

−Eldwin, ¿dónde estás?

El único que le contestaba era el eco y las gotas de agua estrellándose contra el suelo. Entró un poco más adentro. Pisó algo, sabía que no era una piedra. Levantó el pie y vio medio enterrado el collar de Alejandro.

De él no había más pista que esa.

Después de la tragedia, empezó a ir sus ratos libres a bibliotecas para buscar información sobre ese peculiar Eldwin y ese niño alemán que murió.

Por suerte un día, cogió un antiguo libro de leyendas de ese mismo pueblo y se lo repasó un poco, empezando por el índice:

  1. El leñador perdido.
  2. Adelmo Fryeddmann, el niño ahogado.

Sobresaltándole el tema cuatro, se dispuso a leerlo entero ya que parecía eso una buena fuente de información. Esto era un pequeño resumen:

“El diablo quería alimentarse matando personas, pero para eso, necesitaba un cuerpo humano, así pues, engañaba a las almas para que le diesen su cuerpo, a cambio de que volverían a vivir en la tierra, siendo corpóreos y opacos como antes, con la condición de que el diablo viviera dentro del cuerpo también. Muchos picaron en la trampa, y uno de ellos fue un alemán, Adelmo Fryedmann, el más joven engañado. Ya tenía lo que quería el diablo: un cuerpo, pero le falta algo: atraer a sus víctimas, y lo hacía cambiando de forma para que se pareciese al mejor amigo de la “presa” o incluso novio o novia.

Lo único que podía sacar al diablo del cuerpo robado, era un objeto muy preciado de la persona, mejor amigo/a o novio/a real. Si tenía algún contacto con la persona a la que se hacía parecer, se esfumaría de ese cuerpo aprisionado y dejaría en paz al alma, con otra vez su cuerpo con libertad.

Por eso el diablo escogía a niños o adolescentes recién llegados de otros pueblos, de otras comarcas y de otros sitios para atraerlos y matarlos, como sabía que su mejor amigo estaba muy lejos…”

Alba ante tal historia no pudo contener las lágrimas, de la alegría y el dolor.

Después de tres años, Alba iba a volver a su pueblo donde vivía con su madre.

Después de despedirse de Sonia y de todos sus conocidos, cogió el coche y emprendió el viaje de vuelta a casa.

Alba observaba por última vez por la ventana las pacíficas olas del mar que estuvieron a punto de matarla hasta que vio, o eso le pareció ver, a Eldwin:

−¡Papá, para un momento!

El padre obedeció. Alba bajó del coche y se fue corriendo por si veía al chico que le salvó la vida, pero no hubo suerte. Se arrodilló mirando fijamente la orilla, y depositando en la arena el collar más preciado que tendría en su vida.

Sabía el significado de esta historia:

Eldwin: viejo amigo.

(Lo único verdadero de esta historia es el significado del nombre.)

23-09-2010


Nivel B

Primer premio:

Ana Ribera Pomares, 4º E.S.O.-C


El silencio del pasado

Abrí los ojos muy lentamente, acostumbrándome a la oscuridad de la noche, una noche fría, triste y solitaria.

Esa noche me había desvelado, nunca me solía pasar, algo raro en mí, esa misma mañana pasaría algo extraño.

Me quedé varias horas inmóvil en la cama, pensando o simplemente mirando como la oscuridad se desvanecía de la habitación y entraban los primeros rayos de luz.

Me espabilaron los ladridos de la vecina de abajo. Otra vez discutían, la señora Vicenta con el pobre del señor Paco, tal vez por no desayunar o por estar en el sofá, cosas que yo no conseguía entender muy bien.

Salí de la cama de un salto, el silencio de la mañana desaparecía con los gritos furiosos de la señora Vicenta, intente dejar de pensar en esa pobre y ya mayor pareja, para dirigirme hacia el radiocasete. Lo encendí haciendo un ruido hueco, y poco a poco la habitación se fue inundando de una dulce y animada melodía.

La gran discusión pasó a ser un pequeño murmullo del que era difícil escuchar. Me puse enfrente del armario, no era demasiado coqueta, así que no tardé en escoger una camiseta básica blanca y unos vaqueros algo desgastados. Cuando me hallaba vestida se oyó el ruido de una puerta al ser arañada, Lino se había despertado y estaba hambriento, debía darme prisa e ir para que no destrozara ningún mueble más.

Lino era un pequeño gato que había encontrado cuando me instalé en este pequeño piso; era negro caoba con las orejas blancas y los ojitos azules, era muy cariñoso y algo revoltoso y desde hacía dos años había pasado a ser mi única familia.

Caminé por el estrecho pasillo hasta llegar a la cocina, Lino se abalanzó hacia mi pierna, acariciándomela cariñosamente con la cabeza, forma de decir “Buenos días”; saqué una lata de atún del armario derecho del estante de la izquierda y se lo puse en el plato.

Mientras Lino zampaba de una forma algo salvaje, yo me entretenía en hacerme unas tostadas y hacerme un café con leche. Me tomé el café de un trago y las tostadas de un solo bocado. Llegaba tarde al trabajo y no quería ser despedida, aunque la señora Nieves era una muy buena persona y siempre me había tratado como una hija.

Salí corriendo un poco abrumada; llegue a la cafetería justo a tiempo, me puse la bata y comencé a trabajar.

Las horas se me pasaron volando, tanto que ya era la hora de comer, cogí un bocadillo de tortilla y me lo comí junto a una lata de coca cola y con la compañía de Luisa, la cocinera, y Margarita, la otra camarera.

Luisa era una mujer mayor, tenía un carácter un poco fuerte, pero en el fondo era un sol de mujer.

Margarita tendría como cuatro años más que yo, pero tenía los rasgos de una mujer de 40, era algo risueña y un poco infantil.

Nieves en cambio era una mujer fuerte, independiente y algo extraña, siempre parecía que te iba a tirar algo a la cabeza, pero era una buena mujer o solo lo aparentaba.

Termine de comer en silencio. Me había acostumbrado al silencio, a la soledad; cuando estaba en el orfanato Castro-Úrdales pensando, más bien deseando, ser adoptada.

Cuando limpiaba las mesas de la cafetería, recordaba con dolor como era vivir allí, como era sentirse una muñeca rota o un coche usado… “Si me gusta me lo llevo, si no, no; hay más en qué fijarse”, solía decir la gente para sentirse importante.

Siempre había odiado estar ahí. Odiaba que la gente me llevara de prueba a sus casas como si fuera un electrodoméstico, si está roto te lo cambian.

Era horrible vivir en esas circunstancias, o no eras lo suficiente pequeña o eras mucho más rubia de lo que ellos pensaban. Todo eran excusas, siempre había un pero para mis adopciones. A sí que a los nueve años no deseé ser adoptada, lo único que quería era ser una niña normal, pero al abrir los ojos veías que no era un sueño, esa era tu vida, nadie vendría a tus cumpleaños, nadie te arroparía por las noches, ni te contaría cuentos, estabas sola en aquel edificio.

Tenía la suerte de pensar que mis padres no me abandonaron, solo fallecieron cuando yo tenía cuatro años y nadie sabía el porqué.

No podía aceptar algo así, una parte de quería saber por qué murieron y la otra no quería saber nada.

Así que lo dejé correr por el momento.

Me puse a trabajar sin pensar en la hora, la señora Nieves quería cerrar la cafetería un poco antes así que llegue a casa más pronto de lo normal.

Cuando me dirigía hacia casa, un hombre de unos cincuenta se chocó conmigo tirándome al suelo, el hombre se disculpó y salió corriendo, al levantarme vi que al hombre se le había olvidado una foto, cuando la cogí me quedé de piedra, en la foto aparecía una pareja muy contenta y enamorada con cuatro niños hermosos.

La mujer era muy parecida a mí, yo creo que demasiado, solo cambiaría un pequeño detalle, que ella sería más grande que yo; tenía el pelo recogido en un moño, su pelo era color caramelo.

El hombre le pasaba el brazo por los hombros a su amada, mientras veía feliz al pequeño bebe que ella mantenía en sus brazos; él era un poco más alto que ella, tenía el pelo muy corto y un poco más oscuro.

La niña que estaba al lado del hombre era la más grande, tenía el pelo oscuro con una cintita en el pelo y una sonrisa hermosa.

La niña que estaba al lado de la madre era de la misma estatura que el niño que estaba a su lado, tenía una pequeña trenza atada con una goma rosa y tenía una sonrisa tímida, el niño de su lado, era todo lo contrario, su sonrisa mostraba un toque de picardía, de rebeldía y llevaba el pelo de punta.

No sabía que pensar cuando vi aquella foto, no podía ni hablar, intenté mirar si volvía a ver aquel hombre pero era imposible, había desaparecido.

Como pude regresé a aquel piso, me sentía indefensa, no sabía cómo explicar bien esta sensación.

Me senté en la cama mirando la foto, hasta que los párpados cayeron agotados, me desperté de golpe como si algo me hubiera despertado, sentía una mala sensación y no estaba equivocada alguien había entrado a mi casa.

Cogí el teléfono y llamé a la policía, en menos de dos minutos ya estaban en mi piso, lo arrestaron en seguida y cuando se lo llevaban grito: BUSCA AL SEÑOR MÉNDEZ.

Algo me dejó intranquila ese mismo día me había pasado tantas cosas que no sabía en qué pensar, primero me había encontrado una foto donde se podía observar a una familia donde la mujer era muy parecida a y más tarde un muchacho entra en mi casa para robarme y me dice que busque a un tal Méndez.

Ya no quería pensar más y me quede dormida en el sofá.

A la mañana siguiente pensé que todo lo que había pasado era un sueño, pero me equivoque la casa estaba revuelta y mi miedo no desaparecía.

Me dirigí hacia la ducha y con el agua fría intente no pensar en lo que me había pasado, sentía el miedo en cada parte de mi cuerpo, tenía todo la piel de gallina.

Me puse los mis pantalones de ayer, pero me puse una camiseta larga verde con escote, mientras me preparaba mi usual café con leche, una imagen me vino a la mente y una frase se me repetía en la cabeza como el eco: : BUSCA AL SEÑOR MÉNDEZ.

Tuve un ataque de valentía y decidí ir hasta la cárcel para encontrarme con ese muchacho para que me contara lo que pasaba con esa foto, ese hombre.

Le dejé la comida preparada a Lino, y salí corriendo hasta aquella prisión.

Salí de casa con la intención de plantarle cara a aquel ladronzuelo de cuarta.

Pude llegar hasta la parada del bus; mis pensamientos empezaban a volar y recordando cosas de mi infancia.

Las palabras me brotaban por mis labios:

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

Y el temor de haber sido y un futuro terror…

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

Y sufrir por la vida y por la sombra…

Rubén Darío, susurré, cuántas noches me acostaba leyendo este poema, era lo único bueno que había ganado del orfanato, la poesía.

Una señora me sacó de mis pensamientos, contándome que acabábamos de llegar a la PPD, eran las siglas de Prisión Provisional Durcos, estaba en el centro de la ciudad como una vela en medio de la oscuridad.

Pasé por varios policías, y después de dos larguísimas horas conseguí llegar hasta una habitación algo pequeña y mohosa, con una diminuta ventana que dejaba entrar algo de luz, pero la habitación tenía un tono muy triste y era muy difícil de ocultar.

En la habitación se encontraban una mesa con dos sillas, la mesa era de madera pero se notaba a primera vista que estaba hueca por dentro, junto a dos típicas sillas metálicas plegables.

Me senté en una de las sillas, con el miedo de que estuviera tan rota como la mesa, para mi sorpresa la silla se encontraba en perfectas condiciones.

La puerta se abrió de golpe, haciendo un chirrido algo molesto y entró el muchacho con uno de los policías, este lo sentó en la silla que estaba disponible al otro lado de la mesa, y cerró de un portazo dejándonos en la intimidad.

Me quedé observándolo varios minutos sin saber qué decir, creía que había perdido la voz, para mi sorpresa comencé a hablar con toda la naturalidad que pude fingir:

−Solo te lo voy a preguntar una vez, ¿por qué?

El chico me observaba con unos ojos algo siniestros, algo que a me parecía como un lobo enfrente de su presa. Pero al final respondió:

−No te robé por gusto, me pagaron para eso.

−¿Te pagaron para que entraras en mi casa? −dije casi gritando. Él sólo bajó la cabeza dándome a entender que la respuesta era sí.

Me colocó su mano en mi boca para hacerme callar, cuando estuve más tranquila comenzó a hablar:

−Primero quiero que me escuches sin interrumpirme ni un solo segundo. Yo te conozco más de lo que crees, te conozco desde que eras una recién nacida, desde que estabas en la panza de tu madre. Pero lo que no sabes es que aquellos que te criaron no eran tus padres, eran una pareja que pagaron para que se hicieran cargo de ti.

Las lágrimas comenzaron a brotar por mis mejillas, parecían un riachuelo eran imposibles de parar. Él me tendió un pañuelo de su bolsillo, yo intenté calmarme pero no podía parar de llorar y llorar.

En ese preciso instante apareció el policía llevándose a rastras al pobre muchacho, ahora no lo veía como un simple ladrón, pero tampoco sabía si lo que me había contado era verdad o mentira.

Salí de la prisión un poco atontada, me sentía otra vez una niña indefensa, sola y abandonada. Me tropecé con un cartero de la zona, ahí vi que estaba dejando páginas amarillas. En eso me vino una idea, debía buscar al señor Méndez; abrí enseguida por la mitad, y comencé a buscar como una histérica, y lo encontré, de Méndez solo habían tres personas:

-Rosa Méndez: número 966 77 57 88, psicóloga.

-Faustino Méndez, fallecido.

-Robert Méndez: número 966 39 45 24, investigador privado.

Estaba muy claro, por la forma de hablar del muchacho debía de tratarse de un hombre y solo quedaba Robert, investigador privado.

¿Investigador?, ¿cómo podían haber contratado un investigador? Y la pregunta más importante era ¿quién?

Cogí las páginas y salí corriendo hacia mi piso, cuando llegue cogí corriendo el teléfono y marqué el número del investigador.

Sonó un pequeño pitido y contestó una máquina:

“Ha llamado a Investigador Privado Méndez, si desea concretar una cita con el señor marque 1, si lo que quiere es poner una denuncia marque 2, gracias por su llamada.”

Marqué el 1, y me dijeron que me mantuviera a la espera con una canción algo antigua, a los cinco minutos más o menos contestó una voz algo brusca y cortante:

−Hola, buenas, soy Robert Méndez, ¿en que puede ayudarle, señorita?

−Hola, soy Lucía y usted contrató a un muchacho para que entrara en mi casa a robarme, ¿por qué lo hizo?

−Señorita, le pido que se relaje, yo no fui el autor de tan injusta amenaza.

−¿Si no fue usted, quién fue?

−Su tío. −Esas palabras resonaron en mi cabeza.

Tío. Un tío. No conocía a mis supuestos padres y ahora tenía un tío.

Corrí hacia mi cómoda y cogí la foto donde aparecía esa familia tan reconocida para mí, la había estado mirando tantas veces que la sabría reconocer entera.

Le pedí una cita y colgué. Por fin iba a saber la verdad, por fin iba a observar cómo era la familia que un día quiso abandonarme dándome a una otra familia.

Pronto sabría la verdad sobre mi adopción, pronto conocería la cara, el rostro de ese tío, suspiré profundamente, pronto lo sabría todo. Algo iba a cambiar y solo me hacía falta esperar, esperar el momento en que la verdad salga a la luz y que nunca más los recuerdos estén olvidados, que nunca vuelva a ser EL SILENCIO DEL PASADO.

CONTINUARÁ…


Segundo premio:

María Gras Lozano, 3º E.S.O.-B



Nivel C

Primer premio (PROSA):

María Díaz Candela, 2º Bach.-B


LIBERTAD

Cerré la puerta de madera enmohecida sin hacer ruido, no quería que mi tía se despertase y me sorprendiese bajo la oscuridad de la media noche en el sucio ático, observando desde la ventana la llama que parpadeaba en la oscura y espesa selva que se extendía hasta el horizonte. Entreabrí un poco la ventana y de ella se asomó un soplo de aire almizcleño con olor a la humedad de esos días otoñales, pero lo que me inundó no fue el olor del exterior, sino los cánticos que rendían culto a la luna en su plenitud.

Sombras bailaban alrededor de la viva llama alegre de que la alimenten, las sombras se entrecruzaban y le gritaban a la luna salvajes canciones cuyo significado no podía descubrir.

Como la primera vez que les escuché cantar, me quedé asombrada de sus voces, voces ocultas y misteriosas enterradas en la espesura de la selva, las voces de las sombras que yo tanto perseguía y tanto admiraba.

El increíble paisaje me ofrecía cada noche de luna llena ese maravilloso espectáculo de luces y sombras. Del centro de la selva los profundos golpeteos del tambor marcaban el ritmo de mis pensamientos, un incesante y loco sonido que fijaba el camino que debían recorrer las voces.

Abrí del todo la ventana, un leve crujido indicaba que aquella madera ya estaba vieja y carcomida. Cerré los ojos con fuerza y salté. Una gran bocanada de aire me azotó la cara y noté como mi pelo volaba, percibí el suelo al instante, casi sin aviso. Mis pies agradecieron la tierra mojada y la sentí bajo las plantas de los pies con un golpe de coordinación ante ambos choques, una complicidad que se cerraba con mi trato de silencio.

Miré hacia atrás, no había movimiento dentro de la casa, mi tía no se habría despertado. En la selva, las sombras seguían bailando y cantando alrededor de su luz, ajenas a mi aterrizaje. Me camuflé entre los árboles y fui avanzando sigilosamente, guiándome por los guturales sonidos que salían del centro de la selva. Un macaco del tamaño de un perro de caza pasó por encima de mi cabeza, saltando de rama en rama, no pareció percibirme pero yo quedé hipnotizada por sus balanceos que se alejaban de mí, por su baile que le permitía desplazarse burlando a la gravedad.

De él emanaban pequeños, casi inaudibles chillidos agudos, sin duda el acompañamiento perfecto al canto de los indios. Un tímido siseo en forma de serpiente de alegres colores se oía de fondo, acompañado por aquel escurridizo y alargado cuerpo de la noche, imitaba al sonido de las maracas. Toda la selva se había sincronizado con los cánticos y toda la selva aportaba su granito de arena, el mono, la serpiente, el viento que soplaba entre las hojas y los muchos ruidos de origen desconocido que caracterizaban aquella fuente de vida verde y espesa.

Me apoyé en el árbol más cercano al claro y observé los movimientos de las sombras de voces potentes, sus danzas se asemejaban bastante al balanceo del mono, encorvaban la espalda y dejaban los brazos sueltos para que se moviesen en todas direcciones con pequeñas descargas eléctricas, sus piernas se movían al ritmo del vaivén de las llamas y sus pies aporreaban el suelo para asustar a las serpientes de colores.

Me fijé en los tambores de agua del gran chamán, los tocaba con fuerza y al ritmo de su canción, los ojos de este no se apartaban de la brillante esfera y todo lo que salía de su boca iba dirigido sólo a ella. Mujeres y niños contemplaban asombrados como yo, la danza de sus semejantes, incluso algunos se atrevían a unir sus voces con la de aquel hombre grande y sabio. Sus rostros morenos, del color del chocolate parecían brillar delante del fuego, estaban felices y contentos, parecían libres.

Por el este y por el norte nubes grandes, espesas y amenazantes querían desafiar a los cantos de los nativos cubriendo a la gran esfera reluciente, en sus caras se reflejaba ese tono irónico e implacable y se proclamaban las reinas del cielo dejando así, a los indios sin su musa.

Pero los indios no se rendían y elevaron aún más sus voces, desafiando aún más a las nubes colosales y llenando de orgullo sus corazones al ver conseguido su propósito, hacer llorar a las que tapaban su querida luna. Estas lloraban y lloraban pero seguían tapando a la gran reina por excelencia y los hombres ya no sabían cómo hacerlas callar y marchar, enojados recogieron sus tambores y sus maracas mientras las mujeres y los niños también lloraban porque las nubes no les habían dejado acabar lo empezado.

El agua ahogó el fuego y todo quedó apagado, mi pelo y mi ropa quedaron empapados por las lágrimas de las nubes y no aguantaba ver la desilusión de los nativos, estos se marcharon y yo me quedé a oscuras y sola. Sabía que hasta la próxima luna llena no volvería a ver a los indios y no estaba dispuesta a ello.

Soplé hacia las nubes para que se marcharan pero estas no se percataron ni siquiera de mi presencia, soplé con más fuerza y cuando todo parecía perdido dejaron de llorar para mirarme, parecían sorprendidas de que una niña les hiciera frente.

Una vez captada su atención volví a soplar, quería que se marcharan y algo vieron en mí que me hicieron caso y siguieron el camino del viento.

Enseguida la cara de la luna quedó descubierta y yo vi finalizada mi función, pero tenía que volver a casa pues mi tía se despertaba con la lluvia.

Otra vez en mi ventana vi encenderse de nuevo el fuego y aunque me vi obligada a echarme en la cama y dormir, mi corazón seguía cantando sus ritos a la luna y danzando sus bailes despreocupados y joviales.

Mi corazón desde hacía tiempo anhelaba la libertad y sólo la conseguía cuando cerraba los ojos con fuerza.

Volví a mirar por la ventana, esta vez con el propósito de contemplar la realidad, una gris y triste ciudad se alzaba tras ella.


Segundo premio (POESÍA):

Vanesa Godoy Alonso